domingo, 26 de agosto de 2007

LA CONVERSIÓN



L A C O N V E R S I O N

La palabra metanoia para los semitas es dar la vuelta a mitad de camino, cuando se descubre que uno está equivocado y marcha en una dirección falsa.

Bíblicamente la conversión supone:

1. Un cambio radical de actitud, que trasforma todo el ser personal.

2. Una orientación profunda hacia Dios, que es para el hombre algo totalizante y englobante.

3. Una vuelta a los hombres, vistos como hermanos e hijos de Dios, a los que se les ama con la radicalidad de Dios.

4. Un arrepentimiento de los pecados y la consiguiente penitencia por ellos.

5. Una nuevo comportamiento, en conformidad con la nueva estructura vital, ya que la fe vivida nos hace cumplir la voluntad de Dios y responder a su llamada en todos los momentos de nuestro existir.


II. EN CONSECUENCIA PODEMOS DISTINGUIR ESTOS ESTRATOS.

A la palabra conversión se le pueden dar diversos significados:

1. La consecución de una meta que el hombre se había propuesto al actuar de una manera determinada. Sería la trasformación intelectual y mental del hombre que se deja llevar por Cristo, abandonándose a él, dejándose guiar libremente por él y secundando, con gozo y espontaneidad las iniciativas de Dios, pero apartándose del mundo. Es la huida del mundo, que hicieron los eremitas en la historia, retirándose el desierto.

2. Otros ven esta palabra en clave existencial, como el empeño por trasformar la sociedad, denunciando las injusticias, como profetas de la nueva ley (Mt. 8, 23). Muy en consonancia con las teologías liberadoras.

3.‑ La conversión para no caer en un puro intimismo o iluminismo debe ser personal y comunitaria. La conversión es interior, y debe empeñarse seriamente en la denuncia del pecado social y en los cambios de unas situaciones y estructuras de pecado[1], pero no se debe olvidar, como algo sustancial el cambio interior de la persona.

La conversión, por esto, bíblicamente implica una vuelta total a Dios (Mc. 10,15). Su reino y sus exigencias acaparan total e incondicionalmente al hombre.
Son muy significativos los textos en que Jesús nos habla de la conversión:

Creer en el evangelio ( Mt. 1, 15).
Adherirse al reino: Jesús invita a la aceptación gozosa del reino de Dios y como consecuencia a un nuevo comportamiento.
Juan el Bautista predica la ascesis y la penitencia (Mt. 11, 16, 19; Lc. 7, 31‑35), Jesús por el contrario la bondad y la misericordia.
Lucas da un gran importancia al perdón de los pecados inherente a la conversión. (Lc. 3, 3; 5, 32; 24, 47; AA. 5,31; 8, 22). Necesitamos confesar ser pecadores y confiar en la misericordia de Dios, en una actitud de humildad como el fariseo y el publicano (Lc. 18, 1O‑14) o como Zaqueo ( Lc. 19, 1,19).
Para Juan la conversión de la iglesia de Éfeso consiste en volver al primer amor (Ap. 2, 4, 5). Resalta estos dos aspectos: Volver a la alianza inicial con Dios, que el hombre había violado por el pecado y al Dios de la alianza que es el origen de la salvación.
La conversión tiene una dimensión trinitaria: En este encuentro, nos convertimos a Jesús, y, a través de él, al Padre (Jo. 14, 1.6) y a su Espíritu ( AA.2, 28; Rom. 8, 9).
En este contexto hay que leer:
La parábola de la oveja y del dracma
perdido ( Lc. 15, 4‑10).
La Parábola del hijo pródigo (Lc. 15, 11‑32).
Para Jesús la fe y la conversión están íntimamente unidas. La conversión debe manifestarse con las obras (AA. 26, 2O), ya que es necesario cambiar la vida. En esta línea Juan no habla de conversión, sino de creer en Jesús, el enviado de Dios (Jo. 3, 18. 36). Para Juan las exigencias morales de esta fe se concretan en el mandamiento del amor, experimentado en y por Jesús (Jo.13. 34 ss.; 15, 12 s.)
Convertirse es aceptar a la persona de Jesús y su mensaje.
La conversión tiene una dimensión pascual: Es comenzar a vivir una existencia pascual‑muertos al pecado y vivos para Dios‑ renaciendo a una vida de hombres resucitados (Rom. 7, 14. 23); Rom. 6, 11).

RESUMIENDO:
En una auténtica conversión van unidos estos aspectos: la conversión o renovación interior, la vida moral y la trasformación del mundo, la instauración de unas nuevas relaciones con Dios y con los hermanos.
El iluminismo o espiritualismo desencarnado no tienen lugar en esta concepción.
En la línea del Concilio Vaticano II la comunidad cristiana ha tomado conciencia de que es el pueblo de Dios, que acoge la revelación de Dios por la fe, la vive y la celebra festivamente en la liturgia (LG. 39‑42).

III. OTROS ASPECTOS DE LA CONVERSIÓN.

La conversión es permanente, y progresiva. Empieza tal vez en un momento, pero se está realizando de una manera continua. La conversión es vida en Dios.
Los convertidos comprenden como nadie esta nueva realidad.
En un contexto bíblico la conversión es llamada, don, riesgo...
Se sitúa en el anuncio de que Dios es misericordia y amor, y nos llama a vivir una nueva alianza.
Es una llamada a reconocer el señorío del Señor, a volvernos hacia él, a romper con nuestras infidelidades...
Es responder sí a Dios como Cristo (Rom. 5, 1O).
Escucharlo (Mt. 17, 5, 19; Mc. 9, 7; Lc.9, 35).
Dejarse reconciliar en el amor (2 Cor. 5, 18 ss.)
Entregarse sin reservas como Cristo hasta la muerte.
Ser conscientes del que el reino de Dios está presente en nosotros y de que tenemos que dejarnos arrastrar por sus exigencias y aspiraciones (Mt. 4, 17; Mc. 1, 15).
La conversión tiene una estructura pascual.
La conversión asume dimensiones cristológicas, pneumáticas, eclesiológicas y antropológicas.
No puede existir la fe en Jesús sin relación a la comunidad de los creyentes y a la iglesia.
La conversión tiene estructura sacramental: El encuentro entre Cristo y el hombre se realiza en la fe y en los sacramentos.
Para San Juan es nacer de nuevo (2, 29; 3, 9; 4, 7; 5, 1, 4, 18).
Para Pablo es vivir en Cristo y puesto que Cristo vive en la iglesia, la conversión en un sentido pleno es dejarse arrastrar por la acción del Padre que en el Espíritu transforma a los hombres en ciudadanos del reino (Ef. 2, 19), miembros del cuerpo místico, y templos del Espíritu Santo (1. G. 17).

IV. CONVERSIÓN Y OPCIÓN FUNDAMENTAL.

Jesús al llamarnos a la conversión quiere un cambio radical y completo del hombre. El cambio va dirigido a lo más íntimo de la persona, a lo más profundo de su ser. El hombre es incondicionalmente obediente a Dios, cuando su corazón no está dividido, sirviendo a dos señores (Mt. 6, 24). La pureza del corazón debe estar incontaminada de cualquier doblez o falsedad. El corazón es puro, cuando no hay sombras en el núcleo de la persona y en las capas más profundas de su existir. Para Cristo, donde está el tesoro, allí está el corazón (Mt. 6, 21). Cuando el ojo es puro, el cuerpo entero está repleto de luz (Mt. 26, 22).
Para el convertido no hay ni máximos ni mínimos.
Como el agua clara nace de una fuente, las obras buenas nacerán del cristiano convertido.
Los escaparates y los tinglados sólo sirven para impresionar, ya que en el fondo solo hay vaciedad.
Cristo se fija sobre todo en las actitudes internas de las personas: No ya el matar, sino incluso la cólera, no ya el adulterar, sino la mirada concupiscente (Mt.5, 21).
Esta opción fundamental por Cristo nos llevará a una experiencia gozosa de sentirnos cogidos por Dios en la totalidad de nuestro ser y nos llevará a hacer de Jesucristo nuestro único Señor.
Se trata de una orientación total de nuestra existencia bajo la acción del Espíritu Santo (Rom. 8, 14).
La conversión no es sólo obra nuestra. La respuesta a su llamada, es don, gratuidad y gracia.

V. ETAPAS DE LA CONVERSION.

Las podemos descubrir en la parábola del hijo pródigo. (Lc. 15, 17):

1. Tomar conciencia de nuestra situación.

2. Reconocer la propia culpa. Sentimiento de disgusto y remordimiento.

3. Decisión de la voluntad para salir de esa situación, descubriendo la bondad del Padre y el gozo del volver hacia él.

4. Pedir perdón al Padre y confesión pública de su pecado, yendo a su encuentro.

VI.‑ DIVERSOS ESQUEMAS TEOLÓGICOS EN LOS QUE SE HA CONCRETADO EL TEMA DE LA CONVERSIÓN.


1. En la iglesia primitiva la fe es el camino de la conversión.

2. La conversión lleva a la justificación ( nova creatura: 2 Cor. 5, 17). El término se asume definitivamente en Trento, en la sesión VI, del l3 de enero de 1547, con el título de la justificación.

Siguiendo la elaboración teológica los teólogos del medioevo describen con agudeza este proceso:

a. Causa final de la conversión: La gloria de Dios y de Cristo y la vida eterna.
b. Causa eficiente: La misericordia de Dios, ya que todo es gratuito (l Cor. 6, 11).
c. Causa meritoria: El amor de Cristo (Ef. 2, 4), que muriendo en la cruz, satisfizo al Padre por nuestros pecados y nos trajo la justificación.
d. Causa instrumental: El bautismo que es el sacramento de la fe.
e. Causa formal: La justicia de Dios.
3.‑Desarrollando, a partir del sacramento de la penitencia, estos aspectos:
Contrición, atrición, confesión, satisfacción.
4.‑ El sentido en que tendríamos que entender la conversión en el día de hoy, viene descrito en la Gaudium et Spes, fundamentalmente en
[1] Ev. Nunt., n1 35.