sábado, 29 de marzo de 2008

MATRIMONIO III

III.-LA INDISOLUBILIDAD DEL MATRIMONIO EN SAN MATEO (Mt. 19, 6; 5,27)
El mismo tema es tratado en estos textos paralelos: Mc. 10, 11-12; Lc.16, 18) Mt. 5, 31 ss.
Mateo: 5, 27-32: Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón. Si pues, tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójatelo de ti, porque mejor te es que perezca uno de sus miembros que no que todo cuerpo sea arrojado a una gehenna. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtatela y arrójala de ti, porque mejor es que uno de tus miembros perezca que no que todo el cuerpo sea arrojado a la gehenna. También se ha dicho: El que repudiare a su mujer, déla libelo de repudio. Pero yo os digo que quien repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la expone al adulterio, y el que se casa con la repudiada, comete adulterio (Mt. 5, 27-32)
Moisés había permitido el divorcio en estos términos: “Si un hombre toma una mujer y es su marido, y ésta luego no le agrada, porque ha notado algo torpe, le escribirá el libelo de repudio y, poniéndoselo en la mano, la mandará a su casa (Deut. 24, 1)”. La interpretación en el judaismo no era unánime respecto a este precepto. En la época de Cristo había varias interpretaciones. La de Sammai, la más rigorista, permitía el repudio de la mujer sólo en caso de infidelidad conyugal y la de Hillet, más benévola para el marido, que permitía el repudio por causas muy triviales. En el siglo II bastaba con que se topara con otra más guapa para que se concediera el divorcio. Flabio Josefo se gloriaba de haber abandonado a su mujer, con la que había tenido tres hijos, porque no le gustaban sus costumbres. En este contexto de laxitud hay que entender la radicalidad del sermón de la montaña, que rechaza la disolución del matrimonio hasta el extremo que los discípulos se escandalizan.
En Mt. 19, 1 ss. se acercaron unos fariseos para tentar a Jesús y le preguntaron, si era lícito repudiar a su mujer por cualquier causa y Jesús respondió: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra? Dijo: Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer y será los dos una sola carne. Por tanto lo que Dios unió que no lo separe el hombre. Ellos le replicaron: Entonces ¿cómo es que Moisés ordenó dar libelo de divorcio al repudiar? Díjoles Él: Por la dureza del corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así. Y yo os digo que quien repudia a su mujer (salvo en caso de adulterio) y se casa con otra, adultera.”
Los discípulos se escandalizaron y dijeron a Jesús: Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse. Él les contestó. No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así desde el vientre de su madre y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a si mismos se han hecho tales por el amor del reino de los cielos. El que pueda entender que entiende.”

Respecto al inciso en caso de adulterio ha habido diversas interpretaciones. Algunos afirman que la cláusula excepto en caso de adulterio (Porneia), es una adicción judaica, ya que no se encuentra en Mc. 10, 11-12, cuyo evangelio había sido escrito para los cristianos de procedencia gentil. No obstante el inciso se encuentra en todos los manuscritos más antiguos. Por esto los exegetas intentan dar otra explicación. La solución la ponen en la interpretación de la palabra excepto (parektós), que puede significar también además de..El sentido de la frase sería entonces éste: Todo el que despide a su mujer, además del adulterio que él comete uniéndose a otra, es responsable del adulterio a que queda expuesta su mujer después de la separación y el que se casa con ella comete adulterio (Mt. 19, 9). Otros preferiría traducirla por ni siquiera, con lo cual la interpretación sería ésta: Ni siquiera en caso de adulterio es lícito despedir a su mujer.
El escándalo de los discípulos ratifica que Jesús hablaba de la indisolubilidad absoluta del matrimonio, ya que interpreta el hecho creativo de Dios de esta manera y la concesión de Moisés por su dureza de Corazón.
Es claro que Jesús no polemiza sobre las causas del divorcio, sino en contra del mismo divorcio, ya que toma una postura radical contra él. No le importa la causa del divorcio, sino la indisolubilidad del vínculo. Se prohíbe un nuevo matrimonio no sólo al marido, sino también a la mujer.
F. Blöckle lo explica de esta forma: “La exigencia de Jesús es manifiesta y clara, no admite compromisos; no se puede hacer una reducción casuística. Por tal motivo no se trata de una nueva ley, inserta en las categorías de la antigua. El texto de Jesús tiene el carácter de una llamada profética, que en la fidelidad conyugal ve el compromiso confiado por el Creador a los que quieren vivir las exigencias de la fe”
Al mismo tiempo Jesús quiere poner de relieve el sentido de la virginidad, como veremos en San Pablo 1 Tit. 4, 1-5.

viernes, 28 de marzo de 2008

domingo, 23 de marzo de 2008

MATRIMONIO II

II.-EL MATRIMONIO EN LA CARTA A LOS EFESIOS
La sacramentalidad del matrimonio no está expresamente expresada en el nuevo testamento, ni siquiera el rito.
El Concilio de Trento, frente a los reformadores, nos presenta una teología completa del matrimonio:” El perpetuo e indisoluble lazo del matrimonio proclamado por inspiración del Espíritu divino por el primer padre del género humano, cuando dijo: Eso sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por lo cual, abandonará el hombre a su padre y a su madre y se juntará a su mujer y serán los dos una sola carne (Gen. 2, 23-24).
Que con este vínculo sólo dos se unen y se juntan, lo enseñó más abiertamente Cristo nuestro Señor, cuando refiriendo como pronunciadas por Dios, las últimas palabras, dijo: Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne (Mt. 19, 6), e inmediatamente la firmeza de ese lazo, con tanta anterioridad proclamada por Adán, confirmóla él con estas palabras: Así pues, lo que Dios unió, el hombre no lo separe (Mt. 19, 6; Mc. 10, 9) Ahora bien la gracia que perfeccionará aquel amor natural y confirmará la unidad, indisoluble y santificará a los cónyuges, nos la mereció por su Pasión el mismo Cristo, instituidor y realizador, de los venerables sacramentos. Lo cual insinúa el apóstol Pablo, cuando dice: Varones, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella (Ef. 5, 25), añadiendo seguidamente: este sacramento es grande: pero yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia (Ef. 5, 32 (D. 969-970).
El mismo Concilio de Trento define que el matrimonio es uno de los siete sacramentos instituido por Cristo, que confiere la gracia (D. 971).
Los padres de la Iglesia y los teólogos medievales interpretando la carta a los efesios, 21-23, ya preveían la sacramentalidad del matrimonio.
La carta a los Efesios está impregnada de un profundo sentido religioso y salvífico.. Este texto va a tener una importancia muy grande en la reflexión teológica posterior, ya que el amor entre los esposos se va a colocar en una nueva dimensión de la historia de la salvación. Será la teología escolástica antigua (Hugo de san Victor) la que va a clarificar en el siglo XII, de una manera científica y sistemática la teología de los sacramentos.[1]
El texto de la carta a los Efesios dice: “Sujetaos los unos a los otros ante el temor de Cristo. Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, y salvador del cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentarla así gloriosa, sin mancha o arruga, o cosa semejante, sino santa e intachable. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne. Gran misterio es éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia. Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a si mismo, y la mujer reverencie a su marido (Ef. 5, 21-33).
Pablo aludiendo al texto del Génesis, viene a indicarnos el origen creativo de la unión del hombre y la mujer. Esta unión enclavada en un plano humano es a su vez un misterio. O bien, porque es algo escondido, que no se puede explicar o porque es una realidad terrenal iluminada desde la fe, ya que Pablo la refiere a Cristo y a la Iglesia.
La relación entre Cristo y la Iglesia es reanunciada en el matrimonio.
El amor entre Cristo y la Iglesia es la medida del amor entre los esposos. Este amor por parte de Cristo supuso darse de una manera total a la Iglesia, hasta llegar a dar su vida por ella. En el matrimonio la entrega mutua debe ser tan total y absoluta que no sólo consiste en darse en este sentido martirial, sino a través de la entrega diaria del uno al otro.
Es un misterio, porque Cristo misteriosamente está presente en esta unión en virtud del sacramento, aunque no sea la intención de Pablo hablar del sacramento en nuestra concepción actual. El matrimonio con Cristo entra en el ámbito de lo sagrado y en el ámbito del amor, que constituye el tema central y cardinal del mensaje de Jesús. Por eso este amor mutuo como el de Cristo es salvador y santificador en todas sus dimensiones. Esta dimensión humana irrumpe en la Historia de la salvación, con un nuevo dinamismo y con una nueva radicalidad.
Entre los bautizados la nueva relación entre un hombre y una mujer entra en una dinámica nueva, ya que empieza a entrar en el torrente salvífico de su gracia, que Dios da a los que se unen en el Señor.
El matrimonio cristiano es una imagen de la relación que existe entre Cristo y la Iglesia. Cristo es cabeza de la Iglesia, en cuanto que de él recibimos la gracia. El marido es cabeza de la mujer en sentido figurado, pero nunca en el plano de la sumisión.
En el matrimonio se realiza la alianza existente entre Cristo y la Iglesia. La teología posterior clarificará este concepto de sacramentalidad.
[1] Smaus, Teologia dogmática, 6, 18).

miércoles, 19 de marzo de 2008

MATRIMONIO I


EL MATRIMONIO Y SU EVOLUCIÓN EN EL TIEMPO
Voy a empezar a poner en este blog la historia del matrimonio, fijándome sobre todo en el mundo greco-romano hasta llegar a nuestros días y en influjo, que el cristianismo ha tenido en este largo periodo. Hay temas muy interesantes y curiosos. Terminaré explicando concepción actual en el código de derecho canónico.

I.-EL MATRIMONIO EN EL GENESIS

El libro del Génesis, de una manera simbólica, nos hace ver, desde la revelación, que Dios creó al hombre y la mujer: Hagamos al Hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza (1, 26))….Y creó Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios los creó; macho y hembra los creó (1, 27). Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla…. Dijo luego Yahvéh, Dios, No es bueno que el hombre esté sólo: Voy a hacerle una ayuda adecuada (2, 18)….De la costilla que Jahvéh Dios tomo del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada. Por esto deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y se hacen una sola carne (2, 22.24).
En el trasfondo de esta narración bíblica, de una manera simbólica, el libro sagrado se remonta al principio de la creación, para hablarnos del matrimonio en el nivel terrenal.
Dios los creó macho y hembra. Los ordenó el uno para el otro, de tan suerte que se compenetraran en su mismo ser físico y espiritual. Los hizo macho y hembra, para que unidos carnalmente, pudieran tener hijos, según el mandato de Dios y poblar la tierra. La sexualidad era algo bueno, querido por Dios, ya que dice el texto sagrado que estaban desnudos y no se avergonzaban el uno del otro. La sexualidad no era algo secundario, ya que pertenece a la misma estructura humana. Por eso el hombre es tanto espíritu como cuerpo.
En este texto se desvela el misterio del hombre. El hombre estaba sólo y Dios le dio una ayuda, una compañera, nacida de su costilla, para que fuera su complemento Ambos, varón y hembra, eran imagen de Dios, porque eran capaces de comprender y amar como Dios. El amor trinitario está en la base de este amor del hombre y de la mujer, ya que son imagen y semejantes a Dios Por esto los hizo iguales a sí. Dios les dio el poder de someter el mundo (1, 27).
El matrimonio es el encuentro entre un hombre y una mujer. La misma estructura biológica del varón y de la hembra están hechos para el encuentro. En virtud de ese encuentro, entre la virilidad y feminidad el hombre y la mujer se hacen un nosotros. Dejan de vivir en la soledad, que era aislamiento yl egoísmo. El darse, el diálogo, la palabra, la mirada mutua les trasforman.
. Serán los dos una sola carne. Esa unidad maravillosa de dos en uno penetra ambas existencias hasta el extremo, que cambia la perspectiva de su existir. Son diversos en su cuerpo, en su alma y en su espíritu, pero cuando se aman y se dan la diversidad se trasforma en una unidad tan intima y sustantiva, que sublima su existencia en la aventura de la vida. La fuerza y la ternura, la penetración y la intuición, la contemplación y el discurso, lo femenino y lo masculino, la inteligencia y el corazón se fusionan casi en una sola esencia
El hombre, imagen de Dios, que es amor, también empezó su existencia amando. Sin amor el hombre no podría existir.
El amor es fuente de felicidad para el hombre. Pero esa felicidad no puede quedar en la periferia del hombre, ya que debe `penetrar toda la persona. La felicidad, puramente humana, sin esfuerzo, sin abnegación, sin sacrificio es una máscara de la felicidad; es algo más que una orgía de satisfacciones, si no entra el goce de los valores del espíritu. Dicho de otra manera la felicidad no se materializa en las cosas, sino en el ser o no ser de la persona. En la medida en que el amor se funde con el sacrificio y la cruz se multiplica, se hace más fuerte y se purifica.
Son iguales, y distintos; iguales en dignidad y en capacidades, pero distintos en su configuración física y en sus tareas, aunque la historia haya moldeado hábitos culturales y roles distintos, que pertenecen a la temporalidad de su ser.
En esta aventura del matrimonio dicen los psicólogos que ambos deben conocerse cada día más, acostumbrarse a trabajar y vivir juntos y sobre todo a crecer cada día más como personas.
Esta relación es tan profunda que ambos dejarán a sus padres, para formar una nueva familia.
Con la creación del hombre y de la mujer nace en el mundo el amor, que preexistía en Dios, porque Dios es amor: El eros y el ágape, la carne y el espíritu se funden en una unidad integradora.
Ninguna de las dos realidades excluye la otra; sino que se condicionan y se traspasan mutuamente. El hombre es una unidad en su cuerpo y en su espíritu.
El eros y el amor se unifican en un solo movimiento, ya que son inseparables.
Los hijos son la fuerza y la consecuencia del ese amor
El amor que existía en Dios, ahora se pasea por el mundo con el nacimiento de la pareja. Los seres irracionales no eran capaces de amar. Los dos se aman y aman al mundo que contemplan con sus ojos atónitos.
El amor descubre una necesidad del hombre en cuanto que comprende el misterio del mundo.
La filosofía personalista ha descubierto esta dimensión relacional del hombre: “Cuando el amor implica la apertura personal al otro, y al mismo tiempo la apertura y la acogida del otro en su inmediatez, absolutez y singularidad; cuando se es capaz de aceptar la desnudez interpelante y exigitíva del rostro del otro, como alguien que es, al mismo tiempo indigente y enseñante para el otro; cuando se está dispuesto a estar auténticamente ahí para el otro, recibiendo y dándose, no utilizaría, sino gratuitamente; cuando se entabla con el otro no una relación de compasión o solicitud simplemente, sino una relación esencial de verdad y de justicia; cuando tal relación viene a ser, en fin, un verdadero encuentro con el otro en el diálogo y en el amor, que superan tanto la violencia de la retórica, como la tentación del egoísmo.[1]
El amor es un anhelo que lleva hacia el otro para formar el nosotros. El amor, aunque es desinteresado, repite, te amo por lo que eres y no por lo que tienes.
El amor que nace de lo más intimo de la persona y va dirigido al núcleo del otro, garantiza la dignidad del ser amado.

Este amor no puede quedar encerrado sobre sí mismo, ya que tiene una proyección social. El hombre no es un ser solitario. Es un ser social El amor está dirigido al otro; es relacional. Eva no es sólo la compañera de Adán, es “hueso de sus huesos y carne de su carne (v.21). Adán reconoce en la mujer algo de si mismo, que le complementa y perfecciona. Con Eva sale de la soledad. Pero al mismo tiempo, no pueden encerrarse, como una isla, mirándose el uno al otro. Tienen que abrirse al mundo y ser su hogar un hogar de acogida y creativo. Dios les mando que recrearan el mundo y lo dominaran.
Con Adam y Eva nace la primera pareja, que va a poblar el mundo y lo van a llenar de sonrisas y gritos,

[1] Barobio, en Matrimonio, en La celebración de la Iglesia II, Sígueme, 1988, p.524.