lunes, 27 de diciembre de 2010

LIBERTAS RELIGIOSA IV

SEXTA PARTE

OBJECCION DE CONCIENCIA

La objeción de conciencia está íntimamente ligada a la libertad religiosa y libertad de conciencia, de la que hemos hablado anteriormente

Consiste en que una persona o un grupo no estén dispuestos a cumplir una norma dada o por el poder legislativo en forma de ley o por el poder administrativo en forma de mandato por razones de conciencia. Esta libertad de conciencia se fundamenta en la misma dignidad del hombre como dice el Concilio Vaticano II: Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado o en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos (DH. N.2).

La razón es la misma dignidad de la conciencia, tal como la define en el Concilio en uno de los más bellos textos: En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a si mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal,haz esto y evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consista la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente-La conciencia es el núcleo más secreto. Y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella. …Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanta mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad No rara vez, sin embargo, ocurre que yerre la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello supóngala perdida de su dignidad (GS. 16)

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La conciencia ayuda al hombre a descubrir qué es lo que debe de hacer. Gracias a la conciencia el hombre descubre los valores, a los que aceptar y cumplir. La conciencia es el santuario, en el que hombre se encuentra con Dios. La conciencia, aunque se equivoque, en la búsqueda de la verdad, no por eso pierde su dignidad. Dios respeta s u libertad y nadie puede coaccionar al hombre a que actúe contra su voluntad. Por esto, el mismo Concilio dice a continuación: La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa (GS.n.17)

El catecismo de la iglesia católica resume con brevedad esta doctrina: El hombre tiene derecho a actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. No se le debe impedir que actúe según la conciencia, sobre todo en materia religiosa (art.6).

La objeción de conciencia no pretende cambiar la ley. Sólo intenta no someterse a ella. Un médico, al hacer la objeción de conciencia para no intervenir en un aborto, no pretende cambiar la ley del aborto, aunque lo desearía. La ley para él no tiene valor moral, porque entra en conflicto con la propia conciencia.

La potestad civil, incluso en un sistema democrático puede pasar los límites de lo justo y en conciencia sería inmoral el cumplimiento de la norma

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No obstante se plantea un interrogante ¿Es necesario obedecer a las layes legítimamente dadas en un democracia? En toda la tradición cristiana se aconsejado obedecer a las autoridad civiles. Sin embargo, la Iglesia desde los principios ha admitido el rechazo de las leyes injustas. Los cristianos prefirieron la muerte a adorar a los emperadores romanos. El mismo Santo Tomas afirma que se ha de obedecer a Dios antes que a los hombres. No se puede aceptar una ley que imponga una conducta contraria a la ley divina o la ley moral. Cuando se trate actos intrínsecamente malos, no se puede admitir ni la excepción.

En ocasiones en la misma ley civil, se admite la posibilidad de la objeción de conciencia. Cuando la ley es abiertamente injusta o porque conculca uno de los derechos inviolables del hombre, como sería el derecho a la vida en el aborto o la eutanasia o porque la ley sería inconstitucional al conculcar uno de los derechos proclamados por la Naciones Unidas en 1945, como sería la objeción a la enseñanza de la ciudadanía, aunque la ley no admita la objeción, es un derecho de la persona que el estado ni puede ni debe rechazar,

No obstante el objetor debe sopesar muy seriamente el poner la objeción de conciencia en el plano individual. Otras muchas personas o grupos pueden unirse a esta objeción, si hay un rechazo social a esta ley e incluso intentar por procedimientos también democráticos anular la ley.

En este mundo globalizado, en el que se mezclan las culturas, en algunos regímenes democráticos, de tipo laicista y relativista, en la medida en que quiere imponer sus nuevos principios de que no hay valores absolutos y de que todas las culturas son iguales, se irán aprobando una serie de normas, que está en contra de nuestra cultura: El Aborto, la eutanasia, la poligamia, supresión de símbolos religiosos, el matrimonio homosexual etc.

Vamos a intentar hacer un resumen de los argumentos a favor y en contra de la objeción de conciencia, aunque ya lo hemos apuntado anteriormente.

La objeción de conciencia.

La admisión o rechazo de la objeción de conciencia responde a la concepción ideológica que cada uno tenga. Este trasfondo ideológico está presente en el rechazo o en la admisión.

No la admiten

No la admiten los que defienden el positivismo jurídico, que afirma que las leyes dadas en los parlamentos democráticos obligan a todos los que se integran en esa democracia. Nadie puede librarse de esta obligación, ya que si fiera así, se terminaría con las democracias. Lo argumentan en que no es posible oponer objeciones a las leyes propuestas por la mayoría. No hay principios absolutos previos a la legislación del Estado. Esto nos lleva a un relativismo jurídico y moral, que tiene consecuencias muy serias, esto es, sólo existe una moral pública y cívica, la que el gobierno de turno vota en los parlamentos. El legislador sólo no puede traspasar el límite de la Constitución, elaborada en el consenso, que por supuesto puede cambiarse, si existe un nuevo consenso para cambiarla. Sólo se admiten los derechos humanos de ámbito internacional, con tal de que hayan sido firmados por las respectivas naciones, a veces con interpretaciones sesgadas, ya que estas normas se relativizan y no se consideran inviolables. Al rechazar el derecho natural y quedarse al descubierto sólo con el derecho positivo, ello trae consigo muchos problemas, por ejemplo el nazismo llegó a las urnas de una manera legal; ello dio lugar al holocausto.

Hay una cierta verdad en esta afirmación, ya que la objeción podría poner en la picota a una sociedad. Por este motivo la objeción de conciencia a una norma estatal, tiene que tener un fundamento, esto es, que se haga contra una ley que sea manifiestamente injusta. Se pasa del principio standum est pro legislatore a standum est pro conscientia.

La ley injusta no obliga. El criterio de la verdad no está en la mayoría.

La admiten

Existe otra concepción distinta que empieza en Grecia y Roma, que da más importancia a la dignidad de la persona y a su libertad religiosa y de conciencia. En la medida en que el Estado respecte la libertad religiosa y de conciencia la sociedad es más democrática. Los totalitarismos han pisoteado los derechos humanos.

Sófocles, hace 2.400 nos presenta este diálogo entre Antígona y su tío Cleonte. Ante la no aceptación de una ley de su tío, le responde, que existe un derecho previo al derecho positivo, que es al que ella debe obedecer: Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: Su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –y cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mi tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso si me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco más o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.

Esta concepción fue asumida por la primitiva iglesia En el Nuevo Testamento también se presenta esta actitud de los apóstoles para defender la libertad de conciencia. Los judíos prohibieron a los apóstoles el anuncio del evangelio: Juan y Pedro respondieron: Juzgad por vosotros mismos, si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a Él, porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. (HH.4, 19-20).

El Concilio Vaticano II afirma rotundamente que cada uno está obligado a seguir su conciencia. Al igual que los apóstoles se consagraron a dar testimonio de la verdad de Dios /DH. 11).

En la iglesia primitiva muchos cristianos fueron al martirio por defender su conciencia. No se hablaba de objeción de conciencia, aunque el fondo es igual, ya que se trataba de oponerse a un paganismo totalitario y sin escrúpulos, que quería imponerles el culto al Emperador Me voy a limitar a poner un ejemplo narrado por el historiador Eusebio (HE. 7,15): Por aquellos años fue decapitado por haber dado testimonio de Cristo un tal Mariano, que pertenecía a los altos cargos del ejército y se distinguía por su linaje y sus riquezas. La causa fue la siguiente. Habiendo quedado vacante una plaza, el escalafón designaba a Mariano para este ascenso. Ya estaba a punto de recibir el honor, cuando se presentó ante el tribunal otro soldado, afirmando que, según las leyes antiguas, puesto que era cristiano y no sacrificaba a los Emperadores, que el cargo le pertenecía a él. Ante esto el juez Aqueo se sintió turbado y empezó a preguntar a Mariano qué pensaba él, pero cuando vio que él le insistía en que era cristiano, le concedió el plazo de tres horas para que reflexionare.

Hallándose fuera del tribunal, se acercó Teotecno, el obispo del lugar, y le apartó para conversar con él y tomándole de la mano lo condujo a una iglesia; una vez dentro, lo plantó frente al mismo santuario y levantándole un poco la clámide, le señaló la espada que le colgaba, a la vez que le presentaba y contraponía la Escritura de los Evangelios, mandándole que eligiera entre las dos cosas. Él sin vacilar extendió la derecha y tomó la Sagrada Escritura. Mantente firme, le dijo el Obispo y ojalá alcances, fortalecido por Él, lo que has escogido. Vete en paz.

En toda la tradición occidental se produce una exaltación del ser personal, frente al poder omnímodo de los Estados, que han reducido al silencio más absoluto a los seres humanos. Pensad en el marxismo y el nazismo. Su capacidad de adoctrinamiento fue impresionante, a costa de suprimir la democracia y la libertad de conciencia. Aún hoy en día existe la tentación de los gobiernos de imponer su ideología, y hacerlo por medio de la enseñanza de una manera más o menos camuflada. Esta lucha se viene produciendo en Europa desde la revolución francesa, como ha dicho el actual Presidente francés.. Contra esta actitud están no sólo los católicos, sino muchos demócratas no creyentes. El seguir el dictamen de una conciencia recta, en las democracias se debe admitir, si no quieren caer en un absolutismo. Dónde hay más respeto a la persona en su intimidad moral e ideológica hay democracia auténtica. De la libertad de conciencia nacieron en Europa la mayor parte de los derechos humanos. Los auténticos demócratas están convencidos que la objeción de conciencia no es un peligro para el ordenamiento jurídico, sino que ayuda a que la sociedad no camine por ámbitos absolutistas.

En la actualidad el filósofo alemán Habernas sostiene que el Estado debe ser neutral y abstenerse de imponer sus cosmovisiones. El único derecho innato del hombre es la libertad, que termina en la libertad del otro. El sentido del mundo y de la vida pertenece al hombre en su subjetividad. Cuando se limita la libertad, crece la tiranía. La teoría liberal defendió la libertad del individuo frente al poder omnímodo del Estado. Para Montesquieu si no hay división de poderes, no hay libertad y para Torqueville en la medida en que crece la libertad del hombre, crece la democracia. En su viaje a Norteamérica quedó admirado de aquella sociedad, en la que dentro del pluralismo religioso que descubría, había un respeto a la libertad de conciencia del otro y a la libertad religiosa. Es una pena que aún tengamos en nuestras democracias estos resabios de totalitarismo más o menos camuflados, como decía Tocqueville. Aún en las democracias, de una manera más sutil, se sigue adoctrinado y persiguiendo de una manera caso infernal, a los que no piensan o discrepan del régimen constituido. Con una gran visión, ya lo veía el así hace dos siglos: :O piensas como yo o mueres. Le dice, elige. Eres libre de pensar o de no pensar como yo. Y si piensas de una manera diferente a la mía, no te castigaré con un auto de fe. No tocaré tu cuerpo, no confiscaré tus bienes, no lesionaré tus derechos políticos. Incluso podrás votar. Pero no podrás ser votado porque yo sostendré que eres un ser impuro, un loco o un delincuente. Te condenaré a la muerte civil, te convertiré en un delincuente y la gente no te escuchará. Más aún , los que piensan como tú también te abandonarán para no sufrir a su vez el mismo castigo,.

Un moralista moderno resume este proceso con estos términos: Por ello, si bien la ley (natural o positiva) es la regla objetiva o extrínseca de la moralidad, el juicio de la razón individual, que se refiere a los actos a realizar, constituye la regla subjetiva e intrínseca de la moralidad. Esta razón individual, en el desempeño de este papel regulador, se llama conciencia moral e interioriza la ley en virtud de adherirse a ella libremente ( p-131Jean-Marie Aubert, Compendio de moral católica).

Es evidente que para oponerse a una ley legalmente dada, es necesario que esta objeción o desobediencia a la ley esté justificada. Por esto dice a continuación el mismo moralista: La conciencia moral….para evitar caer en un relativismo moral, en la ilusión o en la anarquía, debe basar su acto de juicio en datos objetivos, que le muestran la conformidad de su elección con la ley moral (Idem. 132).

Aunque una norma esté votada `por la mayoría, no es criterio absoluto, ya que puede ir en contra de los principios de derecho natural

Por este motivo, razón y verdad están tan íntimamente unidos. El hombre descubre que hay unos valores, que se le imponen por sí mismos y a los que la conciencia tiene que seguir. En toda la tradición cristiana la objeción de conciencia se ha aplicado a la oposición a una ley que se considera racionalmente injusta. Un hombre, racionalmente pensando, no puede adherirse al aborto, si su conciencia lo rechaza con argumentos científicos o por razones religiosas.

La objeción de conciencia irá tomando fuerza en los años sucesivos, ya que en las democracias actuales el hombre cada vez se siente más persona y desea que muchas de las actuaciones gubernamentales sean reflejo de lo que quiere la sociedad y no del parecer de los partidos políticos mediatizados por unos pocos. Con la facilidad que hay hoy, vía internet, para consultar a la sociedad en las cuestiones fundamentales, se impondrá en un futuro muy próximo el conocimiento de lo que opina la sociedad sobre unos temas concretos. Podríamos incluso afirmar que la objeción de conciencia corta los totalitarismo, ya que prohíbe a los Estados entrar en el ámbito sagrado de la conciencia. Los derechos humanos están insertos en el mismo hombre y no en la soberanía de los Estados. El Estado tiene que respetarlos. Por esto la fe estorba a la moral nueva y pública que se pretende implantar.

Ni la objeción de conciencia se puede decir que sea peligrosa para un Estado, ya que en una democracia, la disensión basada en serias razones, evitará una tiranía impositiva y ayudará a progresar la democracia.

La objeción de conciencia puede estar basada, o porque la ley se considera injusta, o porque se considere inconstitucional, al no respetar un derecho fundamental, o porque va contra la libertad religiosa o ideológica, que repugna a la conciencia individual etc. También se puede imponer contra las obligaciones inherentes a la ley (En el aborto por parte de los médicos). La objeción de conciencia, en el caso del servicio militar, se puso, aunque la ley no se considera injusta, porque hubo muchos ciudadanos que consideraban que el servicio militar era injusto en una sociedad democrática por el rechazo a la guerra.. Aunque se trata de una ley justa casi todas las democracias la han admitido, después de que muchos objetores hayan ido a la cárcel.

Desobediencia civil y libertad religiosa.

Aunque son dos conceptos distintos, ambos tienen su fundamento en la libertad ideológica y religiosa. El hindú Mahama Gandhi usó en la India, entonces colonia del imperio británico, con el fin de lograr la independencia de una manera no violenta. Boicoteó a los ingleses, mediante huelgas, movilizaciones y violando la autoridad impuesta con el convencimiento de que conseguirían sus propósitos mejor que con la violencia, que sería aplastada por gobierno inglés. Su actitud no violenta de hecho surtió sus efectos. Algo parecido hizo Martín Luther King que se opuso a las leyes racistas impuestas en su país contra los afroamericanos.

La mentalidad de Benedicto XVI

En el Discurso al Congreso Internacional de los Farmacéuticos Católicos, el 29 de octubre de 2007, afirmó: “En el campo moral, vuestra Federación tiene que afrontar la cuestión de la objeción de conciencia, que es un derecho y que debe ser reconocido a vuestra profesión, para que no tengáis que colaborar, directa o indirectamente, en el suministro de productos que tienen por objetivo opciones claramente inmorales, como por ejemplo, el aborto y la eutanasia.

Apunta Benedicto XVI: Donde la Iglesia queda suprimida como instancia pública o públicamente irrelevante, la libertad decae, porque allí el Estado reclama para sí, de nuevo la función ética. En el mundo profano, postcristiano, el Estado presenta esta instancia, no bajo la forma de autoridad sagrada, sino como autoridad ideológica; el Estado se convierte en partido y puesto que no se le puede oponer otra instancia con cometido propio, el Estado termina haciéndose totalitario. El Estado ideológico es totalitario: pero se hace ideológico cuando no existe frente a él, ninguna autoridad libre, ni públicamente reconocida (Iglesia, 180)

Con ocasión del 50 aniversario de los tratados de Roma fue categórico al criticar la construcción de una comunidad sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que cada persona está creada a imagen de Dios"; advirtió que el abandono de los valores cristianos ha llevado a Europa a una forma singular de "apostasía" de sí misma. Una comunidad que se construye sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona ha sido creada a imagen de Dios, acaba por no beneficiar a nadie… “Ese pragmatismo niega la dimensión de valor e ideal, que es inherente a la naturaleza humana. Además, cuando en ese pragmatismo se insertan tendencias y corrientes laicistas y relativistas, se acaba por negar a los cristianos el derecho mismo de intervenir como tales en el debate público o, por lo menos, se descalifica su contribución acusándolos de querer defender privilegios injustificados. “En el actual momento histórico y ante los numerosos desafíos que lo caracterizan, la Unión europea, para ser garante efectiva del estado de derecho y promotora eficaz de valores universales, no puede menos de reconocer con claridad la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derecho

viernes, 24 de diciembre de 2010

LIBERTAD RELIGIOSA III


CUARTA PARTE



LAICISMO Y LAICIDAD


Las relaciones entre las religiones y los Estados, en el trascurso de los tiempos, han estado marcadas, por diversas formas o modos. Con el emperador Teodosio, al ser el cristianismo la religión oficial del Estado, empezó el Estado Confesional. Esta palabra se ha venido aplicando a otros Estados, como el islamismo o el hinduismo, al ser las religiones oficiales de ellos. En la actualidad siguen existiendo muchos estados confesionales. Cuando los estados empiezan a transformarse en no confesionales y se empieza a admitir en las nuevas constituciones liberales la separación entre lo laico y lo sagrado, el principio de libertad de pensamiento, de conciencia o religión, empieza a hablarse de estados no confesionales . También empiezan a usarse estos apelativos: Democracias libres, sociales y laicas. Esta palabra laico, va a estar muy presente en esta evolución, llegando a omitirse el concepto de no confesional. (Vide trabajo sobre la laicidad en Francia)


En Francia, en la revolución francesa, se instaura un régimen de separación entre la Iglesia y el Estado. El Estado es soberano e independiente del poder religioso. Desparece el antiguo régimen. Esta separación tiene un matiz anti-religioso, ateo y persecutorio del cristianismo, a pesar de admitir la libertad de conciencia. El concepto de separación tiene un aspecto negativo. Posteriormente, con la implantación definitiva del estado liberal, se implantará el principio: Una Iglesia libre en un Estado libre.


En el Siglo XiX se implanta un laicismo y una concepción racionalista, positivista y cientifista del hombre. Dios no cuenta en la política. La religión queda reducida al ámbito privado. El laicismo del estado se trasforma en una nueva religión. En la nueva época de las luces, lo único que cuenta es la razón.


Se propugna también una separación del Estado y de la religión. El Estado no ejerce poder ninguno en la religión ni la religión en lo político. Son dos mundos tan distintos, y cada uno va por su sitio. Dada esta separación, lo religioso no tiene relevancia ninguna en el Estado. En esta concepción radical se quiere desterrar la influencia de lo religioso en la sociedad, quedando relegada al ámbito de lo privado.


Algunos católicos franceses propusieron el principio de la neutralidad. Ello equivaldría a que no habría injerencia por parte del Estado en materia religiosa o no religiosa. Sería neutral.


Por este motivo dicen que es difícil dar una correcta definición de lo que sería la laicidad. El concepto separación entre iglesia y estado está muy inficionado de elementos negativos en su historia. El concepto de neutralidad no encaja con el concepto de libertad religiosa del que habla el Concilio en la Dignitatis Humanae.


Por este motivo se habla ahora de laicidad positiva, como se puede ver en Navarro Valls. Esta concepción ha sido asumida por Benedicto XVI y Sarkozy (Vide trabajo sobre Sarkozy) Ello implicaría una colaboración activa entre el Estado y la religión en los campos en que ello sea posible. La aceptación por parte del Estado de unos valores universales insertos en nuestra cultura, previos al mismo estado, que, aunque tienen origen cristiano, son en la actualidad parte de la ética civil. Lo jurídico está limitado por esta concepción moral. No se puede admitir el relativismo. La iglesia tiene derecho a dar su opinión en el campo de lo político


Benedicto XVI ha hecho un llamamiento a todas las conciencias para redescubrir en la ley natural el fundamento de la convivencia democrática y evitar así que el humor de la mayoría o de los más fuertes se conviertan en el criterio del bien o del mal.


La ley natural es, según explicó el Papa, esa «norma escrita por el Creador en el corazón del hombre» que le permite distinguir el bien del mal.


Ahora bien, reconoció, «en muchos pensadores parece dominar hoy una concepción positivista del derecho. Según ellos, la humanidad, o la sociedad, o de hecho la mayoría de los ciudadanos se convierte en la fuente última de la ley civil».


En este positivismo se encuentra el relativismo ético, ya que no hay valores absolutos, sino relativos. Sólo es moral lo que nace del consenso. «La mayoría de un momento se convertiría en la última fuente del derecho».


«La historia, dice el Papa, demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse.. La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso de una mayoría, sino sólo por la transparencia de la razón humana ante la Razón creadora y por la escucha de esta Fuente de nuestra racionalidad».


Cuando están en juego «las exigencias fundamentales de la dignidad de la persona humana, de su vida, de la institución familiar, de la justicia, del ordenamiento social, es decir, los derechos fundamentales del hombre, ninguna ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre, sin que la sociedad quede golpeada dramáticamente en lo que constituye su fundamento irrenunciable», aclaró.


Para llegar a un acuerdo previo a cualquier legislación el hombre debe tener en cuenta que hay una le ley natural que se convierte en garantía para el respeto de la su dignidad humana, quedando al reparo de toda manipulación ideológica y de todo arbitrio o abuso del más fuerte».


Nadie puede sustraerse a esta exigencia –comentó el Papa. Si por un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos».


Este laicismo agresivo el Papa lo describe de esta forma: Existe una agresividad ideológica secular, que puede ser preocupante. En Suecia, un pastor protestante, que había hablado sobre la homosexualidad, basándose en un pasaje de la sagrada escritura, ha pasado un mes en la cárcel. El laicismo ya no es aquel elemento de neutralidad, que abre espacios a la libertad de todos. Comienza a transformarse en una ideología que se impone a través de la política y no concede espacio público en la visión católica y cristiana, que corre el riesgo de convertirse, en algo puramente privado y en el fondo mutilado. En este sentido existe una lucha y debemos defender la libertad religiosa contra la imposición de una ideología, que se presenta como si fuera la única voz de la racionalidad (Entrevista de a Benedicto XVI en la República, 19-Nov.2004).


En el siguiente texto aclara de una manera global el sentido de esta palabra: Es necesario el establecimiento en Europa de una laicidad sana, para construir una sociedad en la que convivan pacíficamente tradiciones, culturas y religiones diferentes. Separar la vida pública del todo valor de las tradiciones significaría meterse en un camino cerrado y sin salida. La sana laicidad comporta que cada realidad temporal se rija por sus propias normas, las cuales, sin embargo, no deben olvidar las instancias éticas fundamentales, cuyo fundamento reside en la misma naturaleza humana. Cuando la Iglesia católica, a través de sus legítimos pastores, apela al valor de estos principios fundamentales, enraizados en la herencia cristiana de Europa, se mueve únicamente por el deseo de garantizar y promover la dignidad inviolable de la persona y el auténtico bien de la sociedad,


Con ello podemos caer en un positivismo jurídico como una única fuente de la convivencia, ya que no existen principios previos a lo aprobado por el parlamento, que es el reflejo de la soberanía popular. Lo cual lleva a una confusión entre la moral y el derecho y nos hace caer en un relativismo moral y jurídico. El positivismo jurídico de Kelsen, defendido en Italia por Bobbio, es o debe ser el criterio definitivo del obrar, ya que sólo existe la ley positiva. Los derechos se fundan en ello y no en la dignidad de la persona humana.


Este relativismo ha sido defendido por el filósofo americano Rorty: En nuestros días el tiempo ha huido. Ahora todo es evento, si es que hay evento alguno, ya que todo es opinable. Atrás quedó la era de la fe y la era de la razón. Hoy vivimos la era de la interpretación, donde nada es lo que parece, porque todo se ha vuelto irreconocible, incognoscible. Las cosas ya no existen en la realidad y de ninguna manera cabe disputar acerca de contenidos cognoscitivos. Es preciso empezar a acostumbrarse a no sorprenderse de nada.


Su ideología es como una religión que se intenta imponer a la sociedad. Es intolerante e irrespetuoso, tanto con lo religioso como contra otras ideologías discrepantes, aunque esa oposición la haga con buenas palabras y según unas estrategias definidas. Esta postura termina dañando a la misma democracia, porque se queda vacía de valores y de principios morales, que sustenten. No todo el derecho es moral ni toda la moral puede transformarse en derecho.


La postura de nuestro Presidente ha sido muy criticada por el historiador Stanley G- Payne en estos términos.[1]: “Zapatero introdujo una novedosa forma de izquierdismo en España que ni se parece al antiguo revolucionarismo ni a la socialdemocracia constructiva de Felipe González. Se trata de un nuevo izquierdismo basado en la corrección política internacional y en unas extrañas ideas de multiculturidad, atomización de la cultura y la sociedad y reconstrucción de España en interés de una especie de ilusorio y renacido frente popular con el que consolidar su poder político..El frente popular está en Cataluña. La ilusión de Zapatero es una alianza multipartidista contra la derecha…Su política nacional está destinada a la caza de aliados. En la presentación de su libro “40 preguntas sobre la guerra civil española, publicado en la Esfera de los libros, en una entrevista que le hacen en ABC, el 22 del 11 de 2006


A esto hay que añadir el multiculturalismo. Si todas las culturas son iguales y buenas, tenemos que aceptar en Occidente e incluso incorporarlo a nuestras costumbres con tradiciones distintas. ,


Este positivismo es opuesto a la libertad religiosa.









[1] En la presentación de su libro “40 preguntas sobre la guerra civil española, publicado en la Esfera de los libros, en una entrevista que le hacen en ABC, el 22 del 11 de 2006.

sábado, 20 de noviembre de 2010

LIBERTAD RELIGIOSA II


TERCERA PARTE


19.-EXTRA ECCLESIAM NULLLA SALUS (FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN)


1.-INTRODUCCIÓN



Vamos a estudiar el sentido que tenemos que dar a las palabras extra Ecclesiam nulla salus. La rotunda afirmación de que fuera de la Iglesia no hay salvación, fue la causa de que muchos Padres Conciliares vieran con cierto recelo la doctrina sobre la libertad religiosa. A algunos padres les pareció que ello llevaba al relativismo, ya que si todas las religiones se consideran buenas y salvíficas, la misión o evangelización era innecesaria, ya que todas las religiones llevaban a la salvación. Por este motivo he pensado que es conveniente hacer un breve estudio del tema, estudiando especialmente la doctrina del Concilio y de Juan Pablo II, que ha estudiado con detención el Papa.



2.-PENSAMIENTO DE PIO XII



En el año 1949 Pío XII por medio del Santo Oficio, en una aclaración al Obispo de Boston, le comunicó “Entre aquellas cosas, con todo lo que siempre predicó la Iglesia y no dejará de predicar nunca, se contiene también aquel infalible dicho por el que se nos enseña que “fuera de la Iglesia no hay salvación alguna”.


Pero añade continuación: “Este dogma, sin embargo, ha de ser entendido en aquel sentido en que lo entiende la propia Iglesia. Pues no encargó Nuestro Salvador a los juicios privados explicar aquellas cosas que se contienen en el depósito de la fe, sino al magisterio eclesiástico” (Dz. 3866).


No hace, por tanto, falta ser miembro formal de la Iglesia visible para formar parte de ella, es suficiente que las personas, que tengan ignorancia invencible para conocer a Cristo y a su Iglesia, tengan la voluntad de hacer la voluntad de Dios para que también pertenezcan a ella, aunque de forma no visible… Puesto que no siempre se exige, para que alguien obtenga la salvación, que se incorpore efectivamente a la Iglesia como miembro, sino que se requiere por lo menos que se adhiera a ella con voto y deseo. Sin embargo, este voto no es siempre necesario, que sea explícito, sino que cuando el hombre está afectado por una ignorancia invencible, Dios acepta también el voto implícito, así llamado, porque consiste en aquella buena disposición del alma por la que el hombre quiere que su voluntad sea conforme con la voluntad de Dios” (Dz. 3870).



Esta misma doctrina fue expuesta también por el mismo Pio XII en la encíclica Mystici corporisI, donde le Papa distingue entre los miembros visibles de la Iglesia y los miembros no visibles de ella, que forman sólo parte de ella por su implícito deseo (Cfr. Dz 3871), nacido de la fe sobrenatural, informada por la caridad. Y puesto que ese deseo implícito sólo puede ser obtenido como don de la gracia de Cristo, es preciso deducir que la gracia del único Salvador y Redentor se da también fuera de la Iglesia.



Estos documentos son anteriores al concilio Vaticano II. La doctrina posterior los va a tomar en su integridad, con pequeños retoques.




3.-DOCTRINA DEL CONCILIO VATICANO II



1.- En las religiones y las culturas existe el bien, la verdad, la santidad, semillas del Verbo



El Concilio Vaticano II afirma: Con su obra [la Iglesia] hace que todo lo bueno que hay ya sembrado en la mente y en el corazón de los hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no se pierda, sino que sea sanado y se eleve y quede consumado para gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre (LG.17.)


Por este motivo hay que distinguir Iglesia como sociedad visible y la Iglesia como comunidad espiritual “Esta Iglesia (de Cristo), constituida y ordenada en este mundo como sociedad, permanece en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, aunque se encuentren fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, impulsan hacia la unidad católica (Lumen gentium , 20).



Las gracias que se encuentran fuera de la Iglesia visible le pertenecen a ella, por razón de su Fundador, y tienen como meta llevar a los hombres a la unidad católica.


Igualmente afirma Pablo VI en la EN., n.53: ellas mismas (las religiones no cristianas) están llenas de innumerables «semillas del Verbo» y constituyen una auténtica «preparación evangélica», por citar una feliz expresión del Concilio Vaticano II tomada de Eusebio de Cesarea”.



El Concilio reconoce la riqueza de dones y gracias que existen en otras culturas y religiones (Lumen gentium 2, n. 14). Favorece todo lo que de bueno tienen todos los pueblos (Lumen gentium 2, n. 13). Es admirable toda la doctrina que recoge en el n.16 de la Limen Gentium, que repetirá posteriormente Juan Pablo II. Sin necesidad de hacer comentarios recogemos las palabras del Concilio: Por último, quienes todavía no recibieron el Evangelio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras. En primer lugar, aquel pueblo que recibió los testamentos y las promesas y del que Cristo nació según la carne (cf. Rm 9,4-5). Por causa de los padres es un pueblo amadísimo en razón de la elección, pues Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación (cf. Rm 11, 28-29). Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día postrero. Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de El la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna [33]. Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio [34] y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida. Pero con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador (cf. Rm 1,21 y 25), o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema. Por lo cual la Iglesia, acordándose del mandato del Señor, que dijo: «Predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15), procura con gran solicitud fomentar las misiones para promover la gloria de Dios y la salvación de todos éstos.



Esta doctrina se repite a lo largo de todo el concilio. Así, por ejemplo, en el Decreto sobre el ecumenismo se puede leer: “Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación. Creemos que el señor encomendó todos los bienes de la Nueva Alianza a un único colegio apostólico, al que Pedro preside, para constituir el único cuerpo de Cristo en la tierra, al cual es necesario que se incorporen completamente todos aquellos que de algún modo pertenecen ya al pueblo de Dios” (c.1, n. 3, B.A.C., Madrid, 21966, 640-641).



4. DOCTRINA DE JUAN PABLO II



En la Encíclica Redemptoris missio dice:“La Iglesia profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvación…Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación” (c. 1, n. 9).



No se pueden, por consiguiente, separar ambas verdades.


El Concilio asume la doctrina de Pio XII con más amplitud, y para evitar todo posible relativismo, invita a una misión permanente para el anuncio del evangelio.


Para mayor abundancia, recogeré lo que el Concilio dijo en la Declaración Nostra aetate (sobre las relaciones con las religiones no cristianas): “La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepen en muchas cosas de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6) en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas / Por consiguiente exhorta a sus hijos a que con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y de la vida cristiana, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en ellos existen” (Declaración nostra aetate. 2,


.


Juan Pablo II vuelve a tratar el tema con mucha más amplitud. Veamos sus palabras. “El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo…Así el Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) y «obraba ya en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado»…, nos lleva a abrir más nuestra mirada para considerar su acción presente en todo tiempo y lugar…La relación de la Iglesia con las demás religiones está guiada por un doble respeto: «Respeto por el hombre… y respeto por la acción del Espíritu en el hombre». En l encuentro inter-religioso de Asís, excluida toda interpretación equívoca, he querido reafirmar mi convicción de que «toda auténtica plegaria está movida por el Espíritu Santo, que está presente misteriosamente en el corazón de toda persona»…Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica, y no puede menos de referirse a Cristo…” (Redemptoris missio, c. 3, n. 28).



La actividad del Espíritu Santo fuera de la Iglesia, tiene el cometido de preparar los corazones para entrar en la Iglesia, no para prescindir de ella.



El eje central de la Encíclica , como dice el mismo título, es explicitar el concepto de salvación universal en Jesucristo.


Resumiendo la Encíclica del Papa podemos concluir.


1. Dice el Papa: El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad. Al mismo tiempo reconoce que Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse (cf. 1 Tim 2, 4).


2. Profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvación «Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sean los fieles católicos, sean los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios».


3. Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación. Ambas favorecen la comprensión del único misterio salvífico, de manera que se pueda experimentar la misericordia de Dios y nuestra responsabilidad. La salvación, que siempre es don del Espíritu, exige la colaboración del hombre para salvarse tanto a sí mismo como a los demás. Así lo ha querido Dios, y para esto ha establecido y asociado a la Iglesia a su plan de salvación: «Ese pueblo mesiánico —afirma el Concilio— constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra». (9)


4. La universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas. Para ellos, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo:. Ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su libre colaboración. (10)


5. Por esto mismo, el Concilio, después de haber afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: «Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual».


6. «Nosotros no podemos menos de hablar» (Act 4, 20)


¿De estas palabras se puede concluir que el concepto de misión es innecesario, si todos los hombres tienen acceso a la salvación?


.¿Qué decir, pues, de esta objeción? Con pleno respeto de todas las creencias y sensibilidades, ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre; fe recibida como un don que proviene de lo Alto, sin mérito por nuestra parte. Decimos con san Pablo: «No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1, 16). Los mártires cristianos de todas las épocas —también los de la nuestra— han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta fe, convencidos de que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y ha reconciliado a los hombres con Dios.


Cristo se ha proclamado Hijo de Dios, íntimamente unido al Padre, y, como tal, ha sido reconocido por los discípulos, confirmando sus palabras con los milagros y su resurrección. La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento profético, que responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre «Buena Nueva». La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús, vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres.


¿Para qué la misión? Respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte. Cristo es verdaderamente «nuestra paz» (Ef 2, 14), y «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14), dando sentido y alegría a nuestra vida. La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros.


La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una «gradual secularización de la salvación», debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina.


¿Por qué la misión? Porque a nosotros, como a san Pablo, «se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo» (Ef 3, 8). La novedad de vida en él es la «Buena Nueva» para el hombre de todo tiempo: a ella han sido llamados y destinados todos los hombres. De hecho, todos la buscan, aunque a veces de manera confusa, y tienen el derecho a conocer el valor de este don y la posibilidad de alcanzarlo. La Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres.


7. He ahí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros. Quienes han sido incorporados a la Iglesia han de considerarse privilegiados y, por ello, mayormente comprometidos en testimoniar la fe y la vida cristiana como servicio a los hermanos y respuesta debida a Dios, recordando que «su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios sino a una gracia singular de Cristo, no respondiendo a la cual con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad».


Con estas palabras el Papa no invita a que proclamemos el nombre de Jesús, como único Salvador. Es hermoso el testimonio humano de nuestra fe, pero sin olvidar que somos enviados de Cristo y no podemos dejar de anunciar la buena nueva, ya que se produciría un reducionismo de lo religioso. La oración, la celebración de la eucaristía y la vida sacramentaria de la Iglesia son parte integrante del mensaje


8. Relativismo


Últimamente la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una Nota sobre evangelización, de fecha 3 dic. 2007 vuelve a tratar un tema de actualidad, que ya se había presentado anteriormente, aunque desde otras perspectivas. Las nuevas corrientes filosóficas, especialmente en Europa y Estados Unidos, enseñan que todas las cultura, todas las religiones son iguales. No hay valores absolutos. Con estos presupuestos la misión no es necesaria, ya que hay que dejar a cada uno en su cultura y religión, sin inquietarle en lo más mínimo. Con esta ideología la misión no tiene razón de ser.


Dice la notal: Sin embargo, hoy en día, cada vez más frecuentemente, se pregunta acerca de la legitimidad de proponer a los demás lo que se considera verdadero en sí, para que puedan adherirse a ello. Esto a menudo se considera como un atentado a la libertad del prójimo. Tal visión de la libertad humana, desvinculada de su inseparable referencia a la verdad, es una de las expresiones «del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión». En las diferentes formas de agnosticismo y relativismo presentes en el pensamiento contemporáneo, «la legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual. No se sustraen a esta prevención ni siquiera algunas concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre sí». Si el hombre niega su capacidad fundamental de conocer la verdad, si se hace escéptico sobre su facultad de conocer realmente lo que es verdadero, termina por perder lo único que puede atraer su inteligencia y fascinar su corazón.


Este pensamiento está siendo muy difundido por el Papa actual. En la Nota aparecen muchas referencias a la doctrina de Benedicto XVI.


9.Testimonio cristiano


Para que el mensajero sea creíble es necesario el testimonio. Valen más los hechos que las palabras. El testigo debe encarnar en si mismo el contenido del anuncio. Vivirlo en todas las horas del día y ser testigo de Cristo en sus ojos, en sus labios. en su corazón, y especialmente en sus obras. El mensajero no es un funcionario que vende un producto, o hace propaganda de una religión. Es el enviado de Cristo que anuncia que Cristo vive y está presente entre nosotros. Nuestro mundo secularizado se resiste a oír cualquier tipo de mensaje religioso. Sólo quieren oír a los profetas, que viven una entrega total y absoluta por los demás.


En nuestro mundo están faltando comunidades cristianas, que vivan en sus eucaristías el sentido profundo del amor fraterno. En un mundo sin Dios; es necesario que anunciemos la necesidad que nuestro mundo tiene de Dios y de Cristo. Es necesario que nuestras comunidades, tanto ad intra como ad extra, vivan en su profundidad la profunda riqueza del reino de Dios en la tierra. No basta con anunciar la buena noticia, es necesario celebrarla en la que se forma como consecuencia del anuncio. Es verdad que el amor y la justicia son dimensiones muy importantes de su existir. Pero en este mundo tan globalizado, en este mundo de tanta miseria para la misión es necesario el anuncio y la celebración en comunidad. El mensajero puede ser un santo, pero el testimonio lo da la comunidad. Pablo en su viaje por el mundo fue creando comunidades, testigos de Cristo muerto y resucitado, que celebraban la eucaristía, como signo de su amor y fraternidad.



10.-El dialogo no dispensa de la evangelización



Hoy más que nunca se habla de diálogo. El dialogo no es suficiente, ya que es necesario el anuncio.


Y Juan Pablo II lo recoge innumerables veces. Pondré un ejemplo: “El diálogo con los hermanos de otras religiones, no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto a todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Con ello la Iglesia trata de descubrir las «semillas de la Palabra», el «destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres», semillas y destellos que se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad” (Redemptoris missio, c. 5, n. 56).



Sin embargo, “el hecho de que los seguidores de otras religiones puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo, independientemente de los medios ordinarios que él ha establecido, no quita la llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos” (ibid., n. 55). “Todo ello ha sido subrayado ampliamente por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio posterior, defendiendo siempre que la salvación viene de Cristo, y que el diálogo no dispensa de la evangelización” (Ibid.).



La Iglesia tiene que estar en permanente dialogo con todos los hombres. El diálogo debe ser conducido y llevado a término con la convicción de que la Iglesia es el camino ordinario de la Salvación y que sólo ella posee la plenitud de la salvación. (Ibid.).



11. El anuncio



Además, El anuncio tiene la prioridad permanente en la misión: la Iglesia no puede sustraerse al mandato explícito de Cristo, no puede privar a los hombres de la «Buena Nueva» de que son amados y salvados por Dios” (Ibid., n. 44). Como puede verse, no se cede ni un palmo en las obligaciones de la Iglesia ni en la necesidad de pertenecer a ella. “Ante todo, queremos poner ahora de relieve que ni el respeto ni la estima hacia estas religiones, ni la complejidad de las cuestiones planteadas implica para la Iglesia una invitación a silenciar ante los no cristianos el anuncio de Jesucristo” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, c. 5, n. 53). “A la luz de la economía de la salvación, la Iglesia no ve un contraste entre el anuncio de Cristo y el diálogo inter-religioso; antes bien siente la necesidad de compaginarlos en el ámbito de la misión ad gentes. En efecto, conviene que estos dos elementos mantengan su vinculación íntima, y, al mismo tiempo, su distinción, por lo cual no deben ser confundidos ni instrumentalizados,ni tampoco considerados equivalentes, como si fueran intercambiables” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, c. 5, n. 55).



12.-Universidad de la salvación



La universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del evangelio y de entrar en la Iglesia…Para ellos la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella…” (Redemptoris missio, c. 1, n. 10).