sábado, 20 de noviembre de 2010

LIBERTAD RELIGIOSA II


TERCERA PARTE


19.-EXTRA ECCLESIAM NULLLA SALUS (FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN)


1.-INTRODUCCIÓN



Vamos a estudiar el sentido que tenemos que dar a las palabras extra Ecclesiam nulla salus. La rotunda afirmación de que fuera de la Iglesia no hay salvación, fue la causa de que muchos Padres Conciliares vieran con cierto recelo la doctrina sobre la libertad religiosa. A algunos padres les pareció que ello llevaba al relativismo, ya que si todas las religiones se consideran buenas y salvíficas, la misión o evangelización era innecesaria, ya que todas las religiones llevaban a la salvación. Por este motivo he pensado que es conveniente hacer un breve estudio del tema, estudiando especialmente la doctrina del Concilio y de Juan Pablo II, que ha estudiado con detención el Papa.



2.-PENSAMIENTO DE PIO XII



En el año 1949 Pío XII por medio del Santo Oficio, en una aclaración al Obispo de Boston, le comunicó “Entre aquellas cosas, con todo lo que siempre predicó la Iglesia y no dejará de predicar nunca, se contiene también aquel infalible dicho por el que se nos enseña que “fuera de la Iglesia no hay salvación alguna”.


Pero añade continuación: “Este dogma, sin embargo, ha de ser entendido en aquel sentido en que lo entiende la propia Iglesia. Pues no encargó Nuestro Salvador a los juicios privados explicar aquellas cosas que se contienen en el depósito de la fe, sino al magisterio eclesiástico” (Dz. 3866).


No hace, por tanto, falta ser miembro formal de la Iglesia visible para formar parte de ella, es suficiente que las personas, que tengan ignorancia invencible para conocer a Cristo y a su Iglesia, tengan la voluntad de hacer la voluntad de Dios para que también pertenezcan a ella, aunque de forma no visible… Puesto que no siempre se exige, para que alguien obtenga la salvación, que se incorpore efectivamente a la Iglesia como miembro, sino que se requiere por lo menos que se adhiera a ella con voto y deseo. Sin embargo, este voto no es siempre necesario, que sea explícito, sino que cuando el hombre está afectado por una ignorancia invencible, Dios acepta también el voto implícito, así llamado, porque consiste en aquella buena disposición del alma por la que el hombre quiere que su voluntad sea conforme con la voluntad de Dios” (Dz. 3870).



Esta misma doctrina fue expuesta también por el mismo Pio XII en la encíclica Mystici corporisI, donde le Papa distingue entre los miembros visibles de la Iglesia y los miembros no visibles de ella, que forman sólo parte de ella por su implícito deseo (Cfr. Dz 3871), nacido de la fe sobrenatural, informada por la caridad. Y puesto que ese deseo implícito sólo puede ser obtenido como don de la gracia de Cristo, es preciso deducir que la gracia del único Salvador y Redentor se da también fuera de la Iglesia.



Estos documentos son anteriores al concilio Vaticano II. La doctrina posterior los va a tomar en su integridad, con pequeños retoques.




3.-DOCTRINA DEL CONCILIO VATICANO II



1.- En las religiones y las culturas existe el bien, la verdad, la santidad, semillas del Verbo



El Concilio Vaticano II afirma: Con su obra [la Iglesia] hace que todo lo bueno que hay ya sembrado en la mente y en el corazón de los hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no se pierda, sino que sea sanado y se eleve y quede consumado para gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre (LG.17.)


Por este motivo hay que distinguir Iglesia como sociedad visible y la Iglesia como comunidad espiritual “Esta Iglesia (de Cristo), constituida y ordenada en este mundo como sociedad, permanece en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, aunque se encuentren fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, impulsan hacia la unidad católica (Lumen gentium , 20).



Las gracias que se encuentran fuera de la Iglesia visible le pertenecen a ella, por razón de su Fundador, y tienen como meta llevar a los hombres a la unidad católica.


Igualmente afirma Pablo VI en la EN., n.53: ellas mismas (las religiones no cristianas) están llenas de innumerables «semillas del Verbo» y constituyen una auténtica «preparación evangélica», por citar una feliz expresión del Concilio Vaticano II tomada de Eusebio de Cesarea”.



El Concilio reconoce la riqueza de dones y gracias que existen en otras culturas y religiones (Lumen gentium 2, n. 14). Favorece todo lo que de bueno tienen todos los pueblos (Lumen gentium 2, n. 13). Es admirable toda la doctrina que recoge en el n.16 de la Limen Gentium, que repetirá posteriormente Juan Pablo II. Sin necesidad de hacer comentarios recogemos las palabras del Concilio: Por último, quienes todavía no recibieron el Evangelio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras. En primer lugar, aquel pueblo que recibió los testamentos y las promesas y del que Cristo nació según la carne (cf. Rm 9,4-5). Por causa de los padres es un pueblo amadísimo en razón de la elección, pues Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación (cf. Rm 11, 28-29). Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día postrero. Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de El la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna [33]. Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio [34] y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida. Pero con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador (cf. Rm 1,21 y 25), o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema. Por lo cual la Iglesia, acordándose del mandato del Señor, que dijo: «Predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15), procura con gran solicitud fomentar las misiones para promover la gloria de Dios y la salvación de todos éstos.



Esta doctrina se repite a lo largo de todo el concilio. Así, por ejemplo, en el Decreto sobre el ecumenismo se puede leer: “Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación. Creemos que el señor encomendó todos los bienes de la Nueva Alianza a un único colegio apostólico, al que Pedro preside, para constituir el único cuerpo de Cristo en la tierra, al cual es necesario que se incorporen completamente todos aquellos que de algún modo pertenecen ya al pueblo de Dios” (c.1, n. 3, B.A.C., Madrid, 21966, 640-641).



4. DOCTRINA DE JUAN PABLO II



En la Encíclica Redemptoris missio dice:“La Iglesia profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvación…Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación” (c. 1, n. 9).



No se pueden, por consiguiente, separar ambas verdades.


El Concilio asume la doctrina de Pio XII con más amplitud, y para evitar todo posible relativismo, invita a una misión permanente para el anuncio del evangelio.


Para mayor abundancia, recogeré lo que el Concilio dijo en la Declaración Nostra aetate (sobre las relaciones con las religiones no cristianas): “La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepen en muchas cosas de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6) en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas / Por consiguiente exhorta a sus hijos a que con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y de la vida cristiana, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en ellos existen” (Declaración nostra aetate. 2,


.


Juan Pablo II vuelve a tratar el tema con mucha más amplitud. Veamos sus palabras. “El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo…Así el Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) y «obraba ya en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado»…, nos lleva a abrir más nuestra mirada para considerar su acción presente en todo tiempo y lugar…La relación de la Iglesia con las demás religiones está guiada por un doble respeto: «Respeto por el hombre… y respeto por la acción del Espíritu en el hombre». En l encuentro inter-religioso de Asís, excluida toda interpretación equívoca, he querido reafirmar mi convicción de que «toda auténtica plegaria está movida por el Espíritu Santo, que está presente misteriosamente en el corazón de toda persona»…Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica, y no puede menos de referirse a Cristo…” (Redemptoris missio, c. 3, n. 28).



La actividad del Espíritu Santo fuera de la Iglesia, tiene el cometido de preparar los corazones para entrar en la Iglesia, no para prescindir de ella.



El eje central de la Encíclica , como dice el mismo título, es explicitar el concepto de salvación universal en Jesucristo.


Resumiendo la Encíclica del Papa podemos concluir.


1. Dice el Papa: El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad. Al mismo tiempo reconoce que Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse (cf. 1 Tim 2, 4).


2. Profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvación «Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sean los fieles católicos, sean los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios».


3. Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación. Ambas favorecen la comprensión del único misterio salvífico, de manera que se pueda experimentar la misericordia de Dios y nuestra responsabilidad. La salvación, que siempre es don del Espíritu, exige la colaboración del hombre para salvarse tanto a sí mismo como a los demás. Así lo ha querido Dios, y para esto ha establecido y asociado a la Iglesia a su plan de salvación: «Ese pueblo mesiánico —afirma el Concilio— constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra». (9)


4. La universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas. Para ellos, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo:. Ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su libre colaboración. (10)


5. Por esto mismo, el Concilio, después de haber afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: «Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual».


6. «Nosotros no podemos menos de hablar» (Act 4, 20)


¿De estas palabras se puede concluir que el concepto de misión es innecesario, si todos los hombres tienen acceso a la salvación?


.¿Qué decir, pues, de esta objeción? Con pleno respeto de todas las creencias y sensibilidades, ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre; fe recibida como un don que proviene de lo Alto, sin mérito por nuestra parte. Decimos con san Pablo: «No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1, 16). Los mártires cristianos de todas las épocas —también los de la nuestra— han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta fe, convencidos de que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y ha reconciliado a los hombres con Dios.


Cristo se ha proclamado Hijo de Dios, íntimamente unido al Padre, y, como tal, ha sido reconocido por los discípulos, confirmando sus palabras con los milagros y su resurrección. La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento profético, que responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre «Buena Nueva». La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús, vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres.


¿Para qué la misión? Respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte. Cristo es verdaderamente «nuestra paz» (Ef 2, 14), y «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14), dando sentido y alegría a nuestra vida. La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros.


La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una «gradual secularización de la salvación», debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina.


¿Por qué la misión? Porque a nosotros, como a san Pablo, «se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo» (Ef 3, 8). La novedad de vida en él es la «Buena Nueva» para el hombre de todo tiempo: a ella han sido llamados y destinados todos los hombres. De hecho, todos la buscan, aunque a veces de manera confusa, y tienen el derecho a conocer el valor de este don y la posibilidad de alcanzarlo. La Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres.


7. He ahí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros. Quienes han sido incorporados a la Iglesia han de considerarse privilegiados y, por ello, mayormente comprometidos en testimoniar la fe y la vida cristiana como servicio a los hermanos y respuesta debida a Dios, recordando que «su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios sino a una gracia singular de Cristo, no respondiendo a la cual con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad».


Con estas palabras el Papa no invita a que proclamemos el nombre de Jesús, como único Salvador. Es hermoso el testimonio humano de nuestra fe, pero sin olvidar que somos enviados de Cristo y no podemos dejar de anunciar la buena nueva, ya que se produciría un reducionismo de lo religioso. La oración, la celebración de la eucaristía y la vida sacramentaria de la Iglesia son parte integrante del mensaje


8. Relativismo


Últimamente la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una Nota sobre evangelización, de fecha 3 dic. 2007 vuelve a tratar un tema de actualidad, que ya se había presentado anteriormente, aunque desde otras perspectivas. Las nuevas corrientes filosóficas, especialmente en Europa y Estados Unidos, enseñan que todas las cultura, todas las religiones son iguales. No hay valores absolutos. Con estos presupuestos la misión no es necesaria, ya que hay que dejar a cada uno en su cultura y religión, sin inquietarle en lo más mínimo. Con esta ideología la misión no tiene razón de ser.


Dice la notal: Sin embargo, hoy en día, cada vez más frecuentemente, se pregunta acerca de la legitimidad de proponer a los demás lo que se considera verdadero en sí, para que puedan adherirse a ello. Esto a menudo se considera como un atentado a la libertad del prójimo. Tal visión de la libertad humana, desvinculada de su inseparable referencia a la verdad, es una de las expresiones «del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión». En las diferentes formas de agnosticismo y relativismo presentes en el pensamiento contemporáneo, «la legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual. No se sustraen a esta prevención ni siquiera algunas concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre sí». Si el hombre niega su capacidad fundamental de conocer la verdad, si se hace escéptico sobre su facultad de conocer realmente lo que es verdadero, termina por perder lo único que puede atraer su inteligencia y fascinar su corazón.


Este pensamiento está siendo muy difundido por el Papa actual. En la Nota aparecen muchas referencias a la doctrina de Benedicto XVI.


9.Testimonio cristiano


Para que el mensajero sea creíble es necesario el testimonio. Valen más los hechos que las palabras. El testigo debe encarnar en si mismo el contenido del anuncio. Vivirlo en todas las horas del día y ser testigo de Cristo en sus ojos, en sus labios. en su corazón, y especialmente en sus obras. El mensajero no es un funcionario que vende un producto, o hace propaganda de una religión. Es el enviado de Cristo que anuncia que Cristo vive y está presente entre nosotros. Nuestro mundo secularizado se resiste a oír cualquier tipo de mensaje religioso. Sólo quieren oír a los profetas, que viven una entrega total y absoluta por los demás.


En nuestro mundo están faltando comunidades cristianas, que vivan en sus eucaristías el sentido profundo del amor fraterno. En un mundo sin Dios; es necesario que anunciemos la necesidad que nuestro mundo tiene de Dios y de Cristo. Es necesario que nuestras comunidades, tanto ad intra como ad extra, vivan en su profundidad la profunda riqueza del reino de Dios en la tierra. No basta con anunciar la buena noticia, es necesario celebrarla en la que se forma como consecuencia del anuncio. Es verdad que el amor y la justicia son dimensiones muy importantes de su existir. Pero en este mundo tan globalizado, en este mundo de tanta miseria para la misión es necesario el anuncio y la celebración en comunidad. El mensajero puede ser un santo, pero el testimonio lo da la comunidad. Pablo en su viaje por el mundo fue creando comunidades, testigos de Cristo muerto y resucitado, que celebraban la eucaristía, como signo de su amor y fraternidad.



10.-El dialogo no dispensa de la evangelización



Hoy más que nunca se habla de diálogo. El dialogo no es suficiente, ya que es necesario el anuncio.


Y Juan Pablo II lo recoge innumerables veces. Pondré un ejemplo: “El diálogo con los hermanos de otras religiones, no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto a todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Con ello la Iglesia trata de descubrir las «semillas de la Palabra», el «destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres», semillas y destellos que se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad” (Redemptoris missio, c. 5, n. 56).



Sin embargo, “el hecho de que los seguidores de otras religiones puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo, independientemente de los medios ordinarios que él ha establecido, no quita la llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos” (ibid., n. 55). “Todo ello ha sido subrayado ampliamente por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio posterior, defendiendo siempre que la salvación viene de Cristo, y que el diálogo no dispensa de la evangelización” (Ibid.).



La Iglesia tiene que estar en permanente dialogo con todos los hombres. El diálogo debe ser conducido y llevado a término con la convicción de que la Iglesia es el camino ordinario de la Salvación y que sólo ella posee la plenitud de la salvación. (Ibid.).



11. El anuncio



Además, El anuncio tiene la prioridad permanente en la misión: la Iglesia no puede sustraerse al mandato explícito de Cristo, no puede privar a los hombres de la «Buena Nueva» de que son amados y salvados por Dios” (Ibid., n. 44). Como puede verse, no se cede ni un palmo en las obligaciones de la Iglesia ni en la necesidad de pertenecer a ella. “Ante todo, queremos poner ahora de relieve que ni el respeto ni la estima hacia estas religiones, ni la complejidad de las cuestiones planteadas implica para la Iglesia una invitación a silenciar ante los no cristianos el anuncio de Jesucristo” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, c. 5, n. 53). “A la luz de la economía de la salvación, la Iglesia no ve un contraste entre el anuncio de Cristo y el diálogo inter-religioso; antes bien siente la necesidad de compaginarlos en el ámbito de la misión ad gentes. En efecto, conviene que estos dos elementos mantengan su vinculación íntima, y, al mismo tiempo, su distinción, por lo cual no deben ser confundidos ni instrumentalizados,ni tampoco considerados equivalentes, como si fueran intercambiables” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, c. 5, n. 55).



12.-Universidad de la salvación



La universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del evangelio y de entrar en la Iglesia…Para ellos la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella…” (Redemptoris missio, c. 1, n. 10).