viernes, 3 de mayo de 2013

CHIRCALES Y SU CRISTO



 



                              

                        CHIRCALES Y SU CRISTO

            Tenía una gran curiosidad  por conocer el proceso del nacimiento de una devoción determinada en un pueblo y presentar los personajes, que aparecen en la el cuadro del Cristo de Chircales. He tenido que ampliarlos con el fin de que sea perciban mejor los detalles.

 Esta estaba estudiando la Historia de Valdepeñas de Jaén y en este estudio  no podía faltar  la Historia de la devoción al Cristo de Chircales, que  identifica la religiosidad al Cristo con Valdepeñas. Entonces me pregunté cómo empezó y cómo vino este cuadro a Valdepeñas. Había dos versiones, una que los ermitaños de la Ermita lo compraron a unos mercaderes y la más admitida era que el Cristo se apareció en la cueva de las apariciones  a los ermitaños y les dejó esta joya.

Poco a poco fui descubriendo  que el cuadro había sido mandado pintar por el  ermitaño Ginés de Nápoles, que vivía con otros ermitaños, algunos sacerdotes, al principio, en unas cuevas y después en una ermita y viviendas anejas, que con mucha paciencia y estrechez económica, fueron  construyendo con sus manos. En el cuadro Ginés aparece arrodillado en el mismo lienzo, como podéis contemplar más claramente en la imagen aportada. No pude saber quien fue el autor, aunque parece ser como demostró Carlos Ortz en su estudio sobre el cuadro, que pudo hacerse en Granada. Yo no descarto que pudiera haberse hecho por alguno de los sacerdotes, que acompañaban a Ginés en su retiro. Las otros imágenes son la Virgen y san Juan, que tan unidos estuvieron a Jesús en su muerte. Al verse por separado se ve la mirada, llena de lágrimas de los tres con una mirada fija en un Jesús que expira.

 El origen del cuadro lo había descubierto, descartando la aparición milagrosa del lienzo. Pero tenía el interrogante, cómo surgió en el pueblo la devoción en los siglos siguientes. Husmeando en la historia, descubrí que los ermitaños tenían una gran devoción a Cristo crucificado. Estamos a principios del XVI, en el que esta devoción era muy frecuente. Estos ermitaños, recogidos en el silencio, rodeados de abundantes arroyos de agua viven dedicados a la contemplación y al trabajo en el campo para poder sobrevivir. Valdepeñas, entonces una humilde aldea, siente fascinación por estos hombres apartados del mundo. Los aldeanos los visitan, oyen sus consejos y aprenden sus enseñanzas. En sus visitas se postran ante este Cristo, que es tan querido por los ermitaños. El Santuario de Chircales, pobre y humilde, comienza a ser un lugar de peregrinación, con la carga simbólica que tiene esta palabra. El peregrinaje se hace más frecuente y muchos valdepeñeros acuden al Cristo a suplicar, a depositar a sus pies sus anhelos y esperanzas. También le traen sus ofrendas o exvotos. Ha nacido una nueva devoción, que es ratificada en los siglos siguientes, ya que los ermitaños  recibieron  millares de donaciones, la mayoría en especie o dinero, para que el santuario subsistiera.

Me extrañó que llegaran a regalarles  hasta un toro. El Santuario en la desamortización llegó a tener cinco mil olivos En todo este paso por la historia, no dejó de aparecer  el milagro. En un momento en que con motivo de una peste mueren muchos habitantes de la aldea, sólo se libran de ella los que pertenecían a una incipiente cofradía, que vivía en la calle Sisehace. Todos querían pertenecer a este grupo, ya que el misterio de la muerte a todos  nos estremece. En un año de una sequía pertinaz, traen al Cristo de la ermita al pueblo “ad petendam pluviam” y llueve al día siguiente. El milagro estaba cantado. En los años siguientes, los pueblos cercanos, cuando no llovía, les piden que saquen al Cristo y siempre llovía. Los pueblos cercanos se suman a esta devoción y peregrinan a Chircales a postrase ante el Cristo.

 Los ermitaños construyen estancias para albergar a los peregrinos que vienen de fuera, en unas viviendas hoy desaparecidas, en las que había cuadras para las caballerias . La devoción ha quedado consagrada y nace la romería, con su carácter festivo, de un pueblo que combina el fervor a su Cristo con el solar de compartir unas chuletas, unas cervezas o unos vasos de vino.

 Ello trae consigo un proceso de identificación del Cristo con el pueblo y del pueblo con el Cristo, ya que no hay nadie ni de izquierdas ni de derechas, que no lleve una estampa en su cartera. Las madres le llevan a sus hijos recién nacidos, el camino de Chircales es corrido por peregrinantes con píes desnudos, que van a postrarse ante él o a ofrecerle sus exvotos, que  no son las figuras de bronce o barro de los santuarios ibéricos. Son figuras de lata, de mala calidad. También llevan cuadros con pinturas populares de escasa calidad artística, pero de un gran valor histórico para estudiar la pintura popular en estos siglos. Por ignorancia, se quemaron la mayoría de ellos y sólo quedan como muestra unos diez, que se conservan en la casa de la cofradía. Esta religiosidad es de admirar y para mí fue un honor, recoger esta breve historia en un libro, que podéis ver en internet, marcando  FELIX MARCA. Para terminar os cuento una  anécdota. Un Obispo de Jaén, que vino a Valdepeñas el  día de la procesión del Cristo en las ferias de septiembre, vio desde mi balcón la procesión y quedó admirado del fervor, del silencio  de los devotos, que caminaban con una unción y recogimiento, que él no había visto nunca, según me dijo.

            Con paramentos parecidos han ido naciendo estas devociones en nuestros pueblos. En Jaén, que es la tierra de María Santísima, los santuarios marianos  están presentes en toda nuestra geografía. Nadie discute que estas devociones necesitan purificación. Son los párrocos y las cofradías las que deben trabajar en esta línea.